Un sueño

(carta del Detective Cósmico)

Si te duermes ahora despertarás antes de que los rayos del sol lleguen a la calzada. Primero oirás resoplidos, estertores graves, continuos, y si llegas a tiempo los verás retozar, levantarse sobre el pasto húmedo, entre los árboles. Advertirás enormes lenguas de fuego, el compás del serpenteo en su lucha contra la inercia, la enorme masa que los jala al suelo. Mis guías llaman Dragones, espíritus de las serpientes, antiguos dioses voladores dueños del lejos y del junto.

Incrédulo, me fui a la cama más por la fatiga que por la historia contada. La voz del anciano había sido serena, sin exagerar de más. ¿Valdrá la pena los cientos de kilómetros andados hasta esta tierra llena de misterio? En otras tantas aventuras, indagando en entresijos particulares, me hallé a personas apasionadas de sus propias historias, testimonios sobre luces, gusanos, entes similares a  una soga flotando sobre el mar del cielo, rodeadas por luces multicolores atravesando el firmamento. Pensé en serpientes de cuello emplumado, en Quetzalcóatl, el cosmos, el mar del universo… la noche y los párpados pesados… el lejos y el junto… panes…

… El sonido de algo parecido a un soplete, pero de estridente rugido, hizo que abriera los ojos de inmediato. Mi corazón latía cada vez más fuerte con cada resoplido, cada estallido de aquel retumbom, que por alguna extraña razón, me remitía al color gris, aberrado, pero con el filo suficiente para atravesar la noche. Eso y más provocó el recuerdo de los Dragones, tema de sobremesa en casa del viejo guía, apenas unas horas antes. Mi instinto detectivesco se vio víctima de interrogantes: ¿Y sí no era cierto? ¿Y sí el ruido era de alguna máquina limpia calles? ¿Y si el anciano contó así la historia sobre dragones, solo porque estaba cansado de contar la misma mentira? Porque era posible, más cercano a la realidad que «dragones» lanzando «enormes lenguas de fuego», palabras textuales del viejo… O… ¿Era verdad? ¿Estarían aquellos seres fantásticos retozando sobre la Calzada de los Muertos, celebrando la vida entre lenguas de fuego?

¡Detective! (me dije) ¡Este es el momento! ¡Es la posibilidad de hacer algo memorable en el medio de la Ciudad de los Dioses! Resolver otro misterio, ese era el fin del largo viaje. Sin más me vestí, no sin antes batallar por encontrar una de mis botas. Salí al patio. La luz del amanecer comenzaba a teñir el horizonte de un rojo claro, luminoso. Los extraños resoplidos se hacían cada vez más lejanos, pero sin perder su gravedad.

Al ver hacía el oeste descubrí algo, una forma asimétrica que contrastaba con el azul del cielo matutino. ¡Un Dragón! ¡Sí, eso debía ser! El viejo tenía razón. Luego aparecieron dos más, de forma similar aunque de distinto color, tonalidades acentuadas por la considerable distancia entre ellos. Cuando supuse que se alejaban, un resuello similar al de una serpiente, detrás de mí, me erizó la piel. Giré de inmediato para descubrir como un enorme dragón avanzaba hacia mí. Era enorme, aunque no pude distinguirlo con claridad, porque venía justo por donde el sol se asomaba, brillante. El Dragón continuó su vuelo hacía mí con largos bufidos, y llegué a pensar que bajaría justo en el patio del viejo, lo que me inquietó.

Siguieron apareciendo más dragones ―hasta sumar siete―, danzando unos, acercándose otros. Uno en particular se detuvo justo encima de mí, pero a gran altura, sin moverse un centímetro. Pude ver la lengua de fuego anunciada por el viejo. Aunque mi formación como detective debería ayudarme a controlar cualquier alteración en mis nervios, no reparé en el momento cuando el miedo dio paso a la emoción por ver a los dragones volar, majestuosos, sobre los techos, campos, pirámides y sobre mi cabeza. Pensé en gritarle al viejo, quien seguía dormido, sabedor de que los dragones no me harían daño.

Los dragones se alejaron rumbo al norte, entre resoplidos y lenguas de fuego que iban del naranja al azul. Cuando desaparecieron por completo entré a la casa por mi carpeta de dibujo y colores, para registrar el suceso en pinturas que pudieran dar crédito cuando le contara a mis amigos de este hallazgo: ver Dragones… !Y volando! Más de mil kilómetros lejos de casa para descubrir Dragones sobre Teotihuacán, los mismos que desaparecieron en el aire, dejando detrás su aliento multicolor entre las nubes. (Antonio López)

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