La sospechosa “muerte” de Keila, un caso aún impune

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas (AGENCIA VÓRTICE MX).- «Keila ha muerto de bronquitis. Se ahogó con su saliva». Catalina enmudeció, llevó el teléfono a su pecho y lloró a gritos.
Apenas por la mañana de ese martes 25 de septiembre había dejado a una de sus gemelas en brazos de su expareja y luego partió a Pueblo Nuevo Solistahuacán para visitar a sus padres.
Su hija Keila —de un año y dos meses— estaba sana, “era imposible que falleciera de bronquitis”, asegura.
Esa misma noche, Catalina regresó a Tuxtla y por dentro, quería que al auto “volara”, lo mataba la desesperación por saber que había ocurrido con su hija pues la voz de Usaín, su expareja tenía un atisbo de complicidad.
Durante esas horas de camino, Catalina guardaba un poco de esperanza. Trataba de convencerse de que todo era una broma. Una mala y absurda broma.
SOSPECHAS
Usaín Gómez González, de 40 años, vive en la 5ª Norte Poniente de Tuxtla, es dueño de dos taquerías y un negocio de “chacharas” en la capital, y hace unos meses dejó a Catalina, y sus dos bebés, para comenzar una nueva relación con Raquel.
La mañana de ese 25 de septiembre pidió a su exesposa quedarse con Keila y ella accedió sin problemas. Al fin y al cabo, era su padre, tenía todo el derecho.
Esa noche en el hospital, Usaín estaba con Raquel y ambos insistían en que la bebita fuera enterrada cuanto antes.
Catalina llegó exhausta al hospital y se dirigió hacia su hija. Sus esperanzas desaparecieron cuando el propio médico le dio la noticia.
A diferencia de lo que su exesposo le dijo, la niña no murió de bronquitis, por el contrario, su muerte era sospechosa por lo que pidió que solicitara le realizaran la necropsia.
Así ocurrió. Durante la madrugada, el cuerpo de Keila fue llevado al Servicio Médico Forense (Semefo) y los resultados revelaron algo aterrador.
El cuello de la pequeña presentaba huellas, rasguños y moretones.
Catalina estaba incrédula. Su hija fue asesinada.
“Fue Raquel, y Usaín quiso ocultarlo», asegura entre llantos.
JUSTICIA
Verónica Hernández pasea a su nieta entre las jardineras, la tiene entre sus brazos para tranquilizar su llanto, pues desde hace un rato están a la espera de que el médico legista entregue el cuerpo de Keila. Falta el cajón, pero Catalina ya se encarga de ello.
«Queremos justicia, esto no puede quedar impune”, exige la abuela.
“Tras la muerte de una de sus pequeñas, mi niña no para de llorar, ya no quiere probar los alimentos, se está marchitando por el dolor», agrega.
Catalina llega presurosa con la caja murtuoria a las instalaciones Servicio Médico Forense (SEMEFO), en la colonia El Campanario y le entreguen a su bebita.
Afuera, además de su madre la espera la carrosa que llevará los restos a Pueblo Nuevo Solistahuacán, en donde le darán el último adiós.
Antes de partir, Verónica suelta el llanto, pero trata de contenerse para exigir justicia.
“La familia exige justicia y que los responsables de este terrible crimen sean llevados tras las rejas, no puede quedar impune este caso».