Libros… ¿Para qué?

Dedicado al maestro Kincho con «K»

Hoy es jueves 23 de abril, día Internacional y Mundial del Libro. Celebre leyendo o releyendo un libro, o dos, o tres. Ahora, si usted no lee ni en defensa propia no se preocupe. Técnicamente un libro no sirve para casi nada, al menos que requiera nivelar una mesa, atrancar una puerta, atacar a granaderos, elevar egos, y en el último de los casos, usarlo de papel sanitario.

En México leer es un ejercicio que se ha desvirtuado de manera considerable. Leer es sinónimo de escuela y la escuela sinónimo de aburrimiento. Conclusión: leer es aburrido; una aseveración que goza de buena salud. Agudos especialistas opinan que la lectura debería de ser como la educación: obligatoria. De esto último también hay considerables dudas. ¿Obligatoria para quién?

En nuestro país existe confusión cuando de responsabilidades se trata. La Constitución señala que la educación deberá de ser obligatoria y gratuita. De no ser así se incurre en una falta que ameritaría sanción. Sin embargo, hasta el día de hoy no se sabe de algún ciudadano castigado por dicha infracción. Al contrario, el grueso de los mexicanos piensa que la obligación es para el gobierno en turno. Es el Estado el obligado a educar (y de manera gratuita). ¡Zas! Resuelto el asunto. Una confusión útil para no revelar la triste verdad sobre las escuelas y el magisterio en México.

La promoción del libro no sirve cuando se basa en el argumento de que es una carencia en los jóvenes y que la lectura es el recurso complementario para hacer de ellos personas socialmente responsables, comprometidas con su entorno, con su país, el cual “saldrá adelante” gracias a la lectura. También está el otro lado del fomento: la lectura como un placer. ¿Existirá en Chiapas quien sienta placer por leer?

Este año se cumplen cuatro lustros del Programa Nacional de Salas de Lectura (PNSL). Es lógico pensar que en su adolescencia el gobernador “más joven en la historia de Chiapas” conoció el PNLS, y que es un lector por arriba del promedio nacional, sensible, comprometido con su entorno. Un lector con la capacidad suficiente para impulsar progresos significativos al interior de Chiapas, gracias a su visión periférica y a su conciencia social (aplica a presidentes municipales y demás personajes que ocupen cargos de elección popular).

Porque hace veinte años los dirigentes actuales eran adolescentes que fueron a la escuela y cantaron a todo pulmón el himno nacional y el himno a Chiapas. Estudiantes que conocieron de la historia de nuestro país y de nuestro estado. Se enteraron de que los mexicanos y los chiapanecos integran una república colmada de recursos naturales y gente trabajadora, ciudadanos que desde hace mucho se encuentran a la espera de un nuevo rumbo, porque les aseguraron que el futuro es de todos y no de unos cuantos.

Aquellos adolescentes (hoy políticos) han olvidado las fábulas leídas en los libros de texto, donde las moralejas enseñaban sobre lo malo de la avaricia, la traición, la gula, la deshonestidad, la falta de solidaridad o la soberbia. Han olvidado esa pasión, ese orgullo por pertenecer, por ser parte de México… de Chiapas, un estado repleto hoy de lástimas, de hambres intolerables, de crímenes, despilfarro, atracos e injusticia. Qué solos estamos en medio de tantos muertos. Nos depredamos entre nosotros. La caridad se ha vuelto vicio. La palabra algo hueco. Buscamos el máximo de ganancia con el mínimo de esfuerzo. No tenemos la capacidad de análisis ni la autocrítica para darnos cuenta que como sociedad vivimos extraviados… huérfanos.

Los libros y su lectura. ¿Para qué? No sirven. Hemos perdido la capacidad de asombro. Promovemos la lectura sin leer, dejando esa responsabilidad al Estado, a las escuelas y en el peor de los casos, a los jóvenes, quienes no encuentran ejemplos a seguir. No los ayudamos ni siquiera con esa esperanza. Son tantos nuestros distractores y tantos nuestros pretextos. Estamos infestados de dirigentes y maneras de gobernar parasitarias, que han modelado una sociedad perezosa, gorrona y oportunista. Un binomio donde los libros no cabrán jamás. (Antonio López)

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