Para llorar a solas

Es probable que este redactor peque de chocante y hasta de cursi, pero hoy quiero escribir y decir que conozco a Uberto Santos desde que el tiempo es mi tiempo, cuando me habló con esa lengua de barro desde Chachí, desde las lajas tendidas flotando en el mar terroso hasta aquel libro que hallé, o que me halló, extraviado en casa de un amigo. Antología de Poetas Jóvenes de Chiapas se atravesó en mi vida preparatoriana igual que un huracán atraviesa el paraíso.

Era el año de 1989, año de las primeras armas literarias, y había encontrado un filón cercano, entrañable, de voces que hablaban como alguna vez escuché hablar a mis cercanos en el pueblo, y después en las calles de esta ciudad coneja. Llegó la Facultad de Humanidades y con ella los encuentros de escritores chiapanecos, convocados por la Universidad Autónoma de Chiapas. Como pude, conseguí los ejemplares editados de la memoria de esos encuentros.

Me volví un seguidor de aquellos quienes hablaban y escribían cosas que a mí me decían algo, me conmovían al grado tal de querer escribir, de encontrarme conmigo mismo, “alrededor de mis propias palabras”, dijera Quincho Vázquez. Ese deseo de escribir quizá para intentar dialogar con esos escritores, en ese estado de gracia que es la poesía. Fueron varios los admirados, entre ellos Uberto Santos, de quien nunca dejé de leer, hasta hoy.

Años después conocí personalmente a varios de ellos, y de algunos hasta me jacto de ser amigo. Tengo sus libros en mi casa, y los releo de vez en vez, y sigo admirándome de cómo me hablan, cómo me dicen cosas haciendo saltar mi corazón. De ese libro de la editorial Katún, cito las palabras de Uberto: “a mi madre. Me duele tu voz, tu edad, / desde quién sabe cuándo… Me duele tu silencio de cocina, / tu sombra ya madura… Me dueles desde la costilla que no tengo.”

Uberto Santos en un poeta de tiempo completo. Imagino transpira poesía desde que nació, cuando le tocó esta tierra por herencia y la hizo suya bajo el fuego solar allá, en el vuelo incontenible de la tierra: “Estoy / inventando un nuevo latido para que me oigas, / para que seas la lluvia que no tuvo mi sed.”

Uberto cumple a cabalidad con lo que Vigotsky dice debe cumplir el arte: conmueve, anima, es el poeta un ser humano hablándole a sus semejantes, compartiéndole a la manada el fuego de la palabra como se comparte el pan, la piedra, la mazorca tierna o el dolor. Uberto se anda dando a quien se encuentre en una danza perpetua, porque el poeta no existe en el tiempo, él es el tiempo compartido en una banqueta, afuera de una clínica, en el camino a casa, siempre con la poesía amartillada, lista para detonar en el júbilo de quienes tenemos la fortuna de escucharlo, de saberlo. Afortunados quienes oigan al poeta, porque de todos es. Él lo sabe, lo asume y viaja como el Prometeo que ganará la luz en su edad mística.

Hoy te escribo, Uberto, para llorar a solas pero contigo. Te saludo filípico, alejandrino, y te abrazo desde acá, desde la milpa que sembraste en mi corazón, desde los surcos de mi memoria. Te saludo desde la plebe de alas que asisten para verte labrar el aguacero, desgranar la luz, deshojar el polvo. Concede a quienes no te conocen, Yucundo, aprendan el rumbo de tu voz.

Desde la dura sombra celebro este libro editado por Public Pervert, y te comparto estas palabras que bien podrías decirlas tú: “Mía es la voz antigua de la Tierra / tú me dejas desnudo y errante por el mundo / más yo te dejo mudo ¡Mudo! / ¿Y quién va a recoger el trigo, y a alimentar el fuego / si yo me llevo la canción?”

Uberto… poeta… amigo… Gracias por la Luz. (Antonio López)

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