Panes & Peces

La noche estrellada
«… empieza por contar las piedras
luego contarás las estrellas…»
León Felipe
Cada vez que encuentro la posibilidad de externar mi opinión acerca de pintores extranjeros que me gustan, el primero que abre plaza es Vincent Van Gogh. Luego vienen otros más, pero no son el tema de ahora. Vicente (para los cuates) fue enterrado un día 30 de julio pero de 1890, en Francia. En casa tengo un libro sobre su vida, donde destacan las cartas escritas entre él y su hermano Theo (Teodoro, para los cuates).
Muchos son los cuadros que me gustan de Vicente, pero de manera particular una pintura titulada “La noche estrellada”. Es un lienzo que me atrapa, y que me provoca lo que antes me advirtió Vigotsky en su libro “Psicología del Arte” y que tiempo después confirmo Gombrich en su necesarísimo epítome “Historia del Arte”.
Meses después, un pintor europeo de nombre José Antonio, me sorprendió una tarde invitándome (a través del internet) a platicar en la radio sobre Arte Contemporáneo. Yo me disculpé, porque no soy experto en el tema, si acaso un aficionado y nada más, pero él insistió en que fuera a la radio para hablar sobre lo antes dicho. Volví a disculparme y no porque rehuyera a la charla, sino porque desde mi perspectiva era bastante probable que mi aportación al tema fuera más que insignificante.
Se rindió (y se decepcionó), no sin antes decir que él creía que yo era versado en el tema, porque opinaba sobre esos temas. Yo guardé silencio cibernético (existe ese silencio, aunque no lo crean), y al contrario, me sorprendió que diera yo “el gatazo” aparentando el dominio de un tema como el del arte contemporáneo, y luego me imaginé a esos otros que también dan “el gatazo” y se sienten autoridades, personas calificadísimas y que sus opiniones son “parábolas” del arte local y nacional. Hice mutis cibernético nuevamente (algo así como el cotidiano “me vale madre”, para entendernos mejor) y decidí hacer lo único que me hace sentiré bien: construir una historia con Vicente y la noche estrellada. Se titula La noche estrellada (sí, nada original, así soy yo).
“De adelante hacia atrás inicia su fantástico trabajo la clepsidra elevando cada molécula de agua, cada micro materia del destino signado desde octubre de 1890 hasta septiembre de 1889, en Sant-Rémy. Al interior de un asilo Vincent Willem van Gogh mira extasiado al norte. Es de día, sin embargo su prodigiosa memoria recrea las últimas noches donde las estrellas le han guiñado trémulas su brillo. Sabe que detrás de la bruma está latiendo el cosmos. Cruza una pincelada igual que si escribiera un poema. Ondula su trazo y se abandona a la corriente del universo que le revela estrellas, nebulosas y planetas.
Una nube extraviada se arremolina frente a él. Alarga el brazo hasta atraparla en el lienzo, el cual se ha tornado gelatinoso y dócil. Luego desliza con suave movimiento a la Luna y la posa sobre el decolorado Sol. Es su mundo y en él los colores viven de otra manera, mezclando el día con la noche y haciendo vivir a la noche un día de locura; un día de árboles flamígeros.
Rasca su inexistente apéndice y se imagina sobre girasoles junto a Rachel, quien le acaricia el pecho, los brazos y los dedos de la mano izquierda. Dedos igual de flamígeros que el ciprés, lenguas oleicas al tiempo que la clepsidra sigue su retroceso en el sino. Vincent se mira diluido entre los bordes de un azul intenso. Recostado en el lecho de tersas gigantas, al arrullo de un viento extraño, vertical. La oreja le palpita bajo el esparadrapo y la noche regresa para envolverlo todo. De nuevo los destellos, los guiños y los astros cruzando veloces. Rachel se ha marchado y Vincent no se acongoja, ríe por lo fantástica que es la nocturna tarde en su mundo, al tiempo que se come al Gran Pescador. Sabe que está a punto de ganar la luz en su edad mística.” (Antonio López)