Burocracia

El 08 de enero de 2009 se dio a conocer el trámite más engorroso de una dependencia pública y fue el Instituto Mexicano del Seguro Social quien mereció tal distinción. Más de uno coincidió en que la burocracia estaba bien representada por el IMSS. Pero, ¿De dónde demonios surgió la burocracia? ¿Quién fue su dios fundador? ¿En qué oscura y enmarañada cabeza se gestó esta pesadilla? Y lo más patético, ¿quién entrega un premio pero no soluciona el engorre? Sólo al presidente de este país de lástimas, en vía eterna de desarrollo. La burocracia es un fenómeno global, pero alcanza su mayor grado de finura en la república mexicana, a la que se suma el agandalle, la inmoralidad y la desvergüenza.

Quien diga que no ha vivido una experiencia burocrática, miente. Una experiencia de este calibre se puede vivir, por ejemplo, en el deporte. También en las clínicas y las iglesias, los cines, las escuelas, los sindicatos, los despachos, los restaurantes y aunque parezca increíble, en los bares (cuentan algunos que este fenómeno ha llegado hasta los hogares).

Un entrañable afecto me contó de cuando la Independencia de México, donde se peleaba contra la burocracia europea que estaba hecha al gusto y modo de los españoles, con todas las desventajas para la mayoría; el pueblo. Y como la burocracia es una lepra, pronto contagió a los independentistas, cayendo en los mismos errores que los derrocados. Olvidaron que buscaban un país libre de autoritarismo y acartonados imperios, olvidaron la promesa de servicio al pueblo, quien luchó por esa libertad.

Llegó la Revolución, que buscaba condiciones más justas para la mayoría, y no para quienes se regodeaban inventando meandros y vericuetos laberínticos de papeleos y ventanillas. Y así llegó el momento de que el norte y el sur se encontraran en el centro del país: la Ciudad de México. Ahí estaban Zapata y Villa, en el Palacio Presidencial, admirando la enorme silla donde luego se sentó Pancho, entre carcajadas. Después cada uno partió creyendo que con ese mero acto de la toma simbólica del país, las cosas mejorarían para el bien del pueblo. Pero no fue así. Esa tarde surgieron dos dichos muy mexicanos: 1) El que se fue con Villa perdió la Silla (la presidencial), y 2) Ten cuidado, no te lo vayan a “carrancear” (en clara alusión a don Venustiano, quien luego de ver partir al Atila del Sur y al Centauro del Norte, se “agandalló” la silla y luego perfeccionó la maquinaria del poder gubernamental). Una élite de analfabetas funcionales se fue acomodando en espacios creados para controlar la economía y los rumbos de este país.

Así nacieron los secretarios de los secretarios de los secretarios y junto con ellos los asistentes de los asistentes de los asistentes. Oficinas y más oficinas de chile, dulce, mole y manteca. Trámites para realizar trámites, sellos para obtener otros sellos, autorizaciones para autorizar otras autorizaciones, la burocracia germinando con una solidez monstruosa. A estas alturas de la charla, mi afecto suspiró para decir que antes de la Conquista, las cosas sucedían de diferente manera.

Por ejemplo, en la época prehispánica no había prisiones para castigar el robo, el asesinato, la embriaguez o el adulterio. Los únicos prisioneros eran los capturados en las Guerras Floridas, batallas realizadas en tiempos específicos para después ser sacrificados. ¿Había que ir a levantar una averiguación previa? ¿Llevar testigos? ¿Comprobar que eras inocente, porque de manera tácita ya eras culpable? ¿Integrar “bien” el expediente o de lo contrario ver escapar al culpable, por falta de elementos? La respuesta es sencilla y aleccionadora.

Si eras ladrón te cortaban una mano (si reincidías te cortaban la otra), el adultero o el alcohólico recibían de castigo la muerte por lapidación, es decir: muerte a pedradas por los mismos pobladores. El asesinato era castigado endosando al criminal la familia agraviada, y no eran menos de quince, la esposa principal y las concubinas (hijos incluidos). ¿Burocracia? No sabían de esas paparruchas. ¿Bárbaros? Sí, pero efectivos.

En la actualidad (y gracias a los trámites burocráticos) estamos expuestos a varios errores y horrores. Usted puede colocar después del punto final su historia. Hacerlo es liberador. (Antonio López)

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